Mª
José Lozano Bernal
Licenciada
en Psicología
C.D.I.A.T.
AVANZA
En el instante
de la concepción se inicia un proceso de desarrollo que durará toda la vida,
pero que es especialmente intenso en los primeros meses de vida.
Al nacer el niño posee unas
“potencialidades” genéticas heredadas de los padres, y para que éstas se
conviertan en capacidades o destrezas reales es necesario en primer lugar que estas potencialidades
maduren. En segundo lugar, que el
niño reciba una adecuada estimulación (tanto física como afectiva y
psicológica). Tercero, que el niño
tenga oportunidad de practicar lo aprendido e ir perfeccionándolo gradualmente.
Por tanto, no
olvidemos que el desarrollo es el producto de tres factores que interactúan
entre sí:
- La estimulación recibida.
- La práctica de lo aprendido.
Pero si sus
estructuras están maduras y no le proporcionamos las experiencias necesarias
tampoco aprenderá o lo hará más tardíamente. Así pues, hemos de tener en cuenta
las limitaciones que impone el ritmo biológico de la maduración, así como saber
que el desarrollo del niño no es una competición en la que los padres deban obsesionarse con
estimular a su hijo para que éste se desarrolle al máximo y cuanto antes, esta
obsesión solo lleva en muchos casos a privar al niño de experiencias como el
juego y a vivir bajo una presión que le impide ser feliz, lo cual es sumamente
importante para un adecuado desarrollo.
Las áreas de
desarrollo infantil son:
- Motora.
- Afectiva y social.
- Comunicación y lenguaje.
- Cognitiva.
- Autonomía y adaptación al medio.
Características de la
estimulación temprana.
- Se inicia lo antes posible.
- Atiende generalmente un único profesional, de modo global, todas las áreas de desarrollo.
- Se realiza en presencia de los padres, que aprenderán así qué y cómo estimular al niño en casa, es decir, se forma a los padres.
- Se lleva a cabo en un momento crucial, de especial plasticidad del cerebro del niño.
- Respeta la maduración del niño y su ritmo evolutivo, no le fuerza inútilmente.
- No obstante lo anterior, implica un enriquecimiento estimular que hará posible que logre aquello para lo que ya se encuentra potencialmente preparado.
- Pero, enriquecimiento no significa “sobre-estimulación” o saturación, los cuales serían perjudiciales para su desarrollo.
- Conviene no obsesionarse con la idea de que el niño se desarrolle “al máximo de sus potencialidades”, como si de batir un record se tratara. Es mejor plantearse como meta que sea un niño querido y feliz, procurando que sea lo más autónomo posible y que logre adaptarse al medio familiar y social que le rodea.
- Lo que ha de hacerse no es tan distinto de lo que se hace con niños que no presentan discapacidad. Aunque sí es conveniente ser consciente de qué se ha de hacer, cómo y por qué.
- Conviene que los padres estéis informados de aquello en lo que están trabajando los profesionales y cómo podéis reforzar desde casa esos aprendizajes.
- La estimulación en casa es bueno que se incorpore a las actividades cotidianas de la vida familiar: cuando se alimenta al niño, cuando se le baña, los ratitos de juego…durante los paseos.
- El niño se desarrolla ejercitando las habilidades y capacidades que va aprendiendo. Por ello, es muy importante animar al niño para que ejercite esas capacidades, reforzándolas con mucha atención y elogios. Cuando esté adquiriendo una nueva habilidad prestar al niño el apoyo que necesita, pero ir retirándolo poco a poco, hasta que sea capaz de realizarla por sí solo.
- La discapacidad del hijo puede llevar a los padres a ser “superprotectores” o “permisivos”, pero estas actitudes son muy negativas para su desarrollo. Amar al hijo no está reñido, sino todo lo contrario, con poner límites a su conducta, enseñar normas y hacer que se cumplan, animar a que haga por sí solo aquello que puede hacer, o dejar que experimente las consecuencias negativas de sus acciones.
- Es muy importante valorar y reconocer las adquisiciones y los logros del niño, por pequeñas que puedan parecer, a la vez que centrarse en lo que el niño es capaz de hacer, en lugar de centrar la atención en lo que aún no puede hacer o en las “imperfecciones” de lo que hace. Esta actitud positiva de los padres, anima al hijo y favorece su desarrollo y autoestima.
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