Hoy en día, en nuestra sociedad occidental, hablar de la muerte es complicado. Podríamos decir que casi “de mal gusto”. En muchas ocasiones evitamos de varias formas mirar de frente ante esta realidad. Por este motivo con más razón el profesional de la psicología que actúa en situaciones de terrorismo tendrá que enfrentarse en muchas ocasiones a procesos de duelo complejos, más aún si se trata de menores.
Generalmente este hecho se tapa, se oculta y se aleja, como si morir fuera en realidad una equivocación o un error que no tiene por qué pasar o pasarnos (de momento). Incluso la palabra “muerte” o “morir” nos incomoda y por eso usamos eufemismos - “Se ha ido a un largo viaje”, “Ahora está en otro lugar”, “Descansa en paz”-, porque hablar de forma literal, puede ser tomado a mal por la persona que nos escucha.
La muerte se aleja de la vida y, con ella, también la experiencia del que está en duelo. La persona que fallece ha de hacerlo lejos, sin que se le pueda ver mucho, y quien le llora debe hacerlo rápido, en silencio y por poco tiempo. Pero esto no siempre ha sido así. En otras culturas y no hace mucho tiempo en la nuestra, la muerte forma y ha formado parte de la vida cotidiana de las personas. Se moría en casa, rodeado de toda la familia, adultos y niños. Todos los familiares veían lo que había pasado, todos comprobaban el  hecho natural de morir, con dolor, con aflicción, con desconsuelo o con tranquilidad, pero el hecho mismo de morir se hacía presente y el dolor por la muerte era compartido y acogido por todas las personas adultas y niños/as.
Con todo esto deberíamos preguntarnos ¿Por qué alejamos la muerte? ¿Si es un proceso natural inherente al ser humano? Sin duda alejamos la muerte porque a todos los seres humanos nos inquieta y nos angustia enfrentarnos a ella. La muerte nos resulta inquietante.
Es muy complicado poder ayudar a los niños/as si las personas adultas no sabemos afrontar de forma adecuada un proceso de duelo. Por ese motivo en primer lugar tenemos que familiarizarnos con los conceptos de duelo y sus fases y luego nos adentraremos en diferenciadas según la edad para poder trabajar con los/as niños/as.
Los/las niños/as se preguntan, intuyen y conocen de alguna forma la existencia de la muerte. Si no obtienen respuestas o éstas son confusas, elaborarán sus propias teorías acerca de lo que significa morir. Estas teorías son siempre limitadas y están marcadas por su pensamiento egocéntrico, fantástico y por su saber emocional, lo que sin duda hará aumentar su angustia y su malestar.
Cuando los/as niños/as nos preguntan es porque necesitan aclarar lo que ellos/as construyen. Es importante fijarse en qué preguntan y responder de acuerdo a su edad, pero siempre ser sinceros sobre sus dudas. Esto le calmará y le servirá para confiar en nosotros. Es de vital importancia saber cómo va adquiriendo el/la niño/a  el concepto de “muerte” y de “estar muerto” a lo largo de su desarrollo evolutivo. Es importante saber qué entiende, qué se pregunta y con qué fantasea a cada edad, para poder ayudarle a que se aproxime a esta realidad de una manera veraz y menos angustiosa.
Necesitan nuestra ayuda y nuestro acompañamiento, porque su concepto de muerte está en construcción, así como su propia elaboración del duelo. Erróneamente, pensamos que lo mejor es que de momento no sepan nada porque creemos que, si no saben, no existirá para ellos/as. Pero, en realidad, no es esto lo que sucede: cuando los/as niños/as no saben, pero intuyen y desean saber, lo que hacen es inventar sus propias teorías. El problema es que sus teorías suelen estar condicionadas por la edad, la limitación de su desarrollo cognitivo, su grado de madurez emocional, su capacidad o no de conceptualizar, sus experiencias vitales o lo que otros iguales les hayan contado, todo lo cual hace que sus explicaciones estén teñidas de los miedos, las defensas y lo que sean capaces de digerir a nivel emocional en cada edad. Por esta razón, las explicaciones que ellos/as construyen suelen ser limitadas y, en la mayoría de los casos, provocan más angustia y confusión que la propia realidad.
 FUENTE: COLEGIO PSICÓLOGOS REGIÓN DE MURCIA